Todos sabemos que la exposición a la luz solar puede tener consecuencias negativas para la piel, pero tal vez no somos tan conscientes de los daños que sufren nuestros ojos.
La radiación ultravioleta se divide en tres categorías UVA, UVB y UVC.
La UVC es la radiación con más energía, potencialmente, la más dañina para los ojos y la piel. Afortunadamente, la capa de ozono bloquea casi toda esta radiación. De ahí la importancia de la conservación de esta barrera protectora.
Los UVA y UVB pueden causar pterigion, que es una membrana vascularizada que invade la córnea y progresa hacia la pupila, o pingüecula, lesión de color amarillento cerca del limbo corneal.
Los UVB pueden provocar queratitis, como suele ocurrirles a los esquiadores en la nieve. Esta lesión corneal provoca fotofobia y una sensación de arenilla dentro de los ojos. También son los causantes de la opacificación del cristalino, que da lugar a las cataratas.
La radiación del sol puede llegar a “quemar” la retina foveal, por ejemplo, si vemos un eclipse solar sin la protección adecuada. Además, hay una relación entre radiación solar y degeneración macular asociada a la edad.
La exposición a la luz azul, que es la radiación visible de alta frecuencia del sol, aunque menos peligrosa que la ultravioleta, también puede incrementar el riesgo de degeneración macular a largo plazo y otras lesiones en la retina.